miércoles, 28 de febrero de 2007

Correspondencia

martes, 27 de febrero de 2007

Diario de un televidente

El domingo a la noche, como tantas otras veces, vimos con amigos la entrega de los Oscars. Esta vez, la planilla de votaciones valía 5 $ y el que más aciertos obtuviera, se llevaba el pozo entero. Empecé como reina ("reina", "primera princesa", "segunda princesa", "miss simpatía", "mejor compañera" y "asistencia perfecta" fueron las categorías en disputa) y terminé como Cenicienta: sólo cinco aciertos pude marcar en mi planilla y muchos desconsuelos: actor protagónico, mejor película, mejor director. Al menos no tuve que soportar la derrota de ver premiado a Di Caprio, ese sobrevaluado mamboretá macrocefálico.
Entre pausas y durante los discursos (que a nadie importan) charlábamos de cosas importantes: lo bien que se lo ve últimamente a Fantino, y lo favorablemente que ha influido en él la relación sentimental que habría entablado con Luciano Pereyra. También hablamos de historia del arte (lo difícil que siempre fue para una actriz convertirse en estrella usando pelo corto) y de semiología (el pasmo barthesiano que nos causaba esa propaganda de Nivea que aseguraba que la crema "protege el ADN"). Y, por supuesto, de política: la producción de Gran Hermano habría estado apostando, me aseguraron los que siguen el fenómeno por Internet (cosa que nosotros ya no hacemos), por Marianela, cosa que pudimos comprobar durante la "Gala de Expulsión" de hoy, donde fue evidente la manipulación que quiso imprimirse a la compulsa, desde el comienzo. Oportunista como soy, esta vez no puedo sino manifestar mi alegría. Después de lo de anoche, necesitaba no sentirme tan al margen del sentido común, y ver al chico-rata deleznable saliendo por tirante me dio una gran felicidad y una nueva confianza en las audiencias televisivas, que casi había perdido últimamente. Como dijo Mariela la semana pasada: "Aguante el norte". Y Nadia: prepará los petates, que ya te toca. El jueves próximo fungiremos de locales y seremos nosotros quienes pondremos en venta la planilla.

lunes, 26 de febrero de 2007

A transpirar la camiseta







SABADO 03 MARZO 07
en
"El Teatro" Federico Lacroze y Alvarez Thomas


Dj. Maxi Aubert
Dj.Mina

Piso 2: Rondi Tropical Tour
vj. AILAVIU


A partir de la 1:00, Entrada: $ 15 y $ 10 con flyer

Podes encontrar nuestros flyers con descuento en: casaBrandon (Luis Maria Drago 236, entre julian alvarez y lavalleja),
Galerias: Bond Street (Av. Santa Fe 1670 ) - 5ta Avenida (Av. Santa Fe 1270) , etc

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domingo, 25 de febrero de 2007

Pata de palo

La estelar nadadora del río Paraná (a quien es fácil vislumbrar atravesando el Carapachay una y otra vez las noches de luna llena) nos informa que, aunque se ha quebrado una pierna, seguira practicando deportes acuáticos, no importa lo que digan.

¿Qué es más kitsch?

A veces, las discusiones domésticas no tienen solución: no conducen a nada, ningún acuerdo, ninguna superación. Sólo la persistencia del rumor (el rumor de la persistencia) las justifica. No es una pregunta retórica: hace días que venimos debatiendo qué es más kitsch:

¿La "cuerina" o el "cuero ecológico"?

jueves, 22 de febrero de 2007

Osvaldo y sus amigos

No es raro que Radar se haya negado a publicar la réplica de Federico Monjeau a los desatinos publicados por Guillermo Saccomanno a próposito de un aniversario de Osvaldo Soriano, su amigo tan querido. Anécdotas como las que cuenta Federico se multiplican y pintan bien un carácter y un modo de obrar en el campo de las letras. Lo cierto es que Osvaldo Soriano sostuvo en vida (y, aparentemente, más allá de la muerte) un rencor incomprensible para mí contra Beatriz Sarlo. Y digo incomprensible porque recuerdo una conferencia, en los albores de la democracia, en la que Sarlo hablaba de la narrativa escrita durante la dictadura y en la cual, naturalmente, incluyó a Osvaldo Soriano (el texto resultante fue publicado por la revista Nueva Sociedad de Caracas, si no me equivoco). No recuerdo dónde sucedía esa charla (en la que yo estuve presente) ni tampoco el título de la novela de Soriano que Sarlo analizaba (es ésa en la que un avión fumigador tira mierda sobre... ¿una comisaría? ¿un cuartel? Leí la novela hace mucho tiempo y mi avanzado estado de descomposición mental me impide mayores precisiones), pero recuerdo con total claridad que Sarlo la postulaba (y el episodio del avión fumigador en particular) como una de las alegorías más potentes sobre la dictadura. A Sarlo podía no gustarle la literatura de Osvaldo Soriano, con todo su derecho, pero en su carácter de profesora de literatura argentina, al menos en la época en que yo la recuerdo, no lo ignoraba (después, siempre fue para mí más importante tratar de entender por qué le gustaba Saer que su poca inclinación hacia Soriano).
Pero no es esto en lo que quería detenerme (cof, cof, enfermera: ¡la pastilla!), sino en el episodio que un comentador (tal vez tan viejo y tan gagá como yo) recuerda. Yo trabajaba en Ediciones de la Flor con Daniel Divinsky, quien almorzaba semanalmente, al comienzo de la democracia, con un grupo selecto de periodistas (la mayoría de ellos ex-exiliados) entre los cuales se contaba Osvaldo Soriano. Una tarde, llegó Daniel a la editorial después de uno de esos almuerzos y, entre divertido y escandalizado, me dijo que Soriano había reclamado mi prontuario. "¿Quién es?", insistió una y otra vez. Estaba disgustado conmigo, Soriano, porque yo había publicado una reseña desfavorable a la reedición de La vida entera de Martini en un suplemento que por entonces dirigía Martín Caparrós y para el cual yo colaboraba muy esporádicamente. Pedía, me dijo Divinsky, mi cabeza, sobre todo cuando le dijeron que yo trabajaba con Pezzoni en la Facultad de Filosofía y Letras (ese antro de deformación cultural). Como nadie podía servírsela, porque yo era un colaborador esporádico y nada más que eso en sus territorios soberanos, optó por pedir la cabeza de Caparrós, culpándolo, como editor, de la publicación de mi texto irresponsable (del que me arrepentí varias veces a lo largo de mi vida). Caparrós, para mi consternación, fue despedido del diario para el cual dirigía el suplemento literario.
Así obraba el querido Osvaldo, sembrando el terror y la desocupación entre quienes osaran decir algo diferente de lo que para él era lo verdadero. Sus novelas nunca me parecieron malas (al menos las que leí): son simpáticas, legibles y seguramente tuvieron un papel importante en la formación de la clase media (y no del "pueblo", como dicen algunos comentadores un poco flojos de emoción) como público lector durante la transición democrática. Que se pretenda ahora convertirlo en una víctima de las élites literarias es un poco como disfrazar al lobo de cordero: mala conciencia, y resentimiento.

Mme. Verdurin

miércoles, 21 de febrero de 2007

Correo de lectores

Por Federico Monjeau

(Este artículo fue enviado a Página/12 para su publicación el domingo 18 en Radar. Lamentablemente no se publicó; al menos, no querría privarme de su circulación en la red. F.M.)

Pertenezco al campo de la música y no suelo sumarme a los debates literarios, aunque un estado de indignación y un elemento de historia personal me llevan a responder a las diatribas contra Beatriz Sarlo publicadas el domingo pasado en este suplemento.
En cuanto al debate público en Filosofía y Letras que propone Osvaldo Bayer, le sugiero que revise su lista de invitados, y explico por qué. En 1985 yo trabajaba como columnista musical en el diario La Razón y colaboraba regularmente en el suplemento cultural, que dirigía Ernesto Schoo y editaban Oscar Taffetani y mi amigo Guillermo Saavedra. A fines de 1986 Saavedra firmó una crítica adversa de A sus plantas rendido un león, la novela de Osvaldo Soriano. A los pocos días yo estaba conversando con Saavedra en su escritorio cuando llegó un sobre con remitente de David Viñas. Era una carta de puño y letra elogiando la crítica al libro de Soriano por su inteligencia y valentía; una pequeña hoja manuscrita, letras grandes en marcador verde; todavía recuerdo perfectamente el encabezamiento: "Estimado Saavedra, no lo conozco personalmente, y lo lamento…"
Al poco tiempo el diario La Razón capotó y algunos de nosotros recalamos en Página/12, bajo el ala protectora del inolvidable Homero Alsina, jefe de la sección Espectáculos. Alsina nos dio trabajo, a mí como crítico de música y a Saavedra como crítico de teatro, aunque este último puesto duró poco: Saavedra alcanzó a publicar algunas críticas mientras Soriano estuvo de viaje; a su vuelta el novelista lo hizo echar del diario sin miramientos. El incorruptible Alsina lo vivió como un drama personal pero no pudo evitarlo.
En ese momento resolví llevar a cabo una pequeña gestión personal, ya que a todas luces en la defensa de Saavedra se jugaba algo más que la defensa de un amigo. Decidí hablar con Viñas, a quien no conocía personalmente. Fui a visitarlo a su departamento en un edificio de la Avenida Córdoba. Me recibió amablemente; planteado el caso, le expliqué mi idea de armar una contracorriente en defensa de Saavedra. Viñas elogió calurosamente mis intenciones, se declaró inhabilitado de intervenir personalmente y me aconsejó que hablara con un "justo". "Tal vez Horacio Verbitsky sea el hombre", sugirió Viñas. No sé qué hubiera ocurrido de haber hablado con Verbitsky. Finalmente no lo hice.
Con o sin Viñas de por medio, el relato que hace Bayer es penoso. Es patético imaginar a un escritor maduro y reconocido, además de chispeante y burlón como Soriano, pidiendo por teléfono "entrar a la universidad por la puerta grande". Según Bayer, lo que la cátedra de literatura argentina le habría negado a Soriano se lo habría concedido la cátedra de derechos humanos. Flaco favor.
La carta de Saccomanno ni siquiera finge el tono de pastor bonachón de Osvaldo Bayer. Es un glosario de agresiones y torpezas que no se decide entre criticar a Sarlo por elitista ilustrada o por columnista de la revista Viva y que moverían a risa si no fuesen síntomas de un generalizado y cebado populismo, al que en este caso se añaden resentimiento y mala fe.

El fenómeno Soriano

Por Guillermo Saccomanno para Radar

Diez años de la muerte de Soriano. Tengo una sensación patética de bandera a media asta, acto escolar, discurso sobre el prócer emérito. La verdad, no tengo mucha gana de prestarme al ritual de efeméride del club de viudas de Soriano. Sin embargo no puedo evitarlo, escribo. Me pregunto por qué. La primera respuesta, la más sincera es porque me ataca un sentimiento de venganza. Lo digo de una: la literatura como venganza. Por supuesto, podría argumentar que la literatura es un artesanado silencioso que se caracteriza por el amor al prójimo y las ganas de mejorar el mundo. Educadísimo, quedaría. Al carajo. Con las buenas intenciones, se sabe, sólo se hace mala literatura. Me jode escribir sobre Soriano. Dos razones. Una: todos parecemos huerfanitos de un escritor que se habría reído a carcajadas al vernos en esta situación. Dos: tengo la sensación de haber dicho ya todo lo que tenía que decir sobre Soriano en homenajes sucesivos, en artículos esporádicos y hasta en el prólogo a una de sus novelas. Si tengo sentimientos tan encontrados a la hora de escribir sobre Soriano, me pregunto, entonces qué hago a esta hora de la madrugada -la hora en que manteníamos con Osvaldo conversaciones telefónicas interminables- volviendo a escribir sobre él. Fresán escribió que lo bueno de la literatura es que uno puede hacerse amigo de los que admira. Este es el caso. La lealtad a un amigo puede ser una buena razón, pero prefiero -amistad al margen- hablar de una convicción compartida: la literatura puede hacer un cacho mejor al prójimo, una convicción -apenas lo escribo, dudo- que no se la creería Philip Marlowe conociendo como conoce las miserias humanas, que suelen ser las mismas que las sociales. Si las bellas artes no hicieron mejor a Hitler por qué pensar que leer a Soriano va a mejorar a los lectores. Por qué escribo entonces sobre Soriano, me pregunto. Porque sigue interpelando el oportunismo trepa de muchos escritores, es una respuesta más convincente. De lo contrario Soriano no seguiría levantando polvaredas y chicanas en opúsculos y novelitas escritas a medias. Es que sigue representando, además de una manera de mirar, una causa. Mejor dicho: su manera de mirar responde a una causa. Y viceversa. Me voy a repetir, lo sé. De modo que intentaré ajustar algunas reflexiones que esbocé en otras oportunidades, en otros aniversarios, en otros actos de homenaje, esa clase de actos celebratorios que, por lo general, tienden más a pasteurizar una escritura que a subrayar la incomodidad que produjo, que produce, que seguirá produciendo entre quienes lo odiaron en vida y ahora, después de muerto, le siguen pegando, lo que viene a probar que Soriano sigue vivo. Lo primero que pienso al ponerme a escribir es una obviedad: Soriano dejó un lugar vacío, en la literatura y en el periodismo. Doy un ejemplo: a Página/12 no le faltan firmas prestigiosas para ocupar ese espacio de las contratapas dominicales que era, como de ningún otro, de Soriano. Sin embargo, no es lo mismo. Entonces empiezo a preguntarme el porqué de esta obviedad.

2 Cada vez que tuve que escribir sobre Soriano me pasó lo mismo que ahora: busco sus libros y siempre (justo aquellos de los que pienso extraer una cita) hay varios que me faltan, lo que es una buena señal. Esos libros debo haberlos prestado en un rapto de entusiasmo procurando irradiar los efectos de su buena literatura. Pero lo que me importa ahora es encontrar qué entendía Soriano por buena literatura. Entre sus artículos hay uno sobre Arlt. La apología de Arlt tiene bastante de proyección personal. Ya se sabe: cuando un escritor reivindica a otro lo que persigue es a la vez la marcación de un antecedente y la dirección en que pide ser leído. (Debo asumirlo, al hablar de Soriano, hablo también de mí. Y lo hago en el mismo sentido en que Masotta escribió su "Roberto Arlt, yo mismo".) Despacio, empiezo a anotar algunas impresiones sobre la literatura de Soriano, su manera tan sencilla de contar. Así como a Arlt, escritores que hoy nadie recuerda le reprochaban que escribía “mal”, a Soriano se le criticaba que escribía "fácil". A ninguno de sus detractores se les ocurría que en ese modo de escritura había una poética de la concisión y la síntesis, una economía de recursos rigurosamente elaborada. Es curioso: la mayoría de sus detractores de entonces hoy se abocan a escribir "fácil", como si recién hubieran descubierto que del otro lado de la página hay otro, un lector, un semejante. En verdad, lo que descubrieron es la relación entre escritura y dinero, que con una ficción se puede ganar dinero, y que vale apostar en la ruleta del marketing aunque se lo desprecie. Aquellos jóvenes que en la primavera alfonsinista lo criticaban terminaron laburando en la tele y cuando publican una novelita lo plagian. Es verdad: muchas de las ideas que Soriano desarrollaba en sus textos no provenían tanto de una elaboración "teórica" como de una intuición siempre alerta. Fútbol, cine, política. Soriano se las ingeniaba siempre para traducir lo que estaba en el aire. Ningún escritor, desde Arlt con sus aguafuertes a la fecha, exhibió una perspicacia igual obteniendo una repercusión similar. En el velorio de Soriano llamaba la atención que se acercaran a despedirlo un sinfín de lectores anónimos. Me acuerdo de un padre y su hijo, los dos con la camiseta de San Lorenzo, el club de Soriano. En efecto, puede pensarse que hay un gesto "populista" en legitimar la escritura de Soriano en función de la masa de lectores que supo conseguir. Justamente porque escribía "fácil", a Soriano también se lo tildaba de "populista". Esta clase de críticas, que son siempre críticas de clase, lo enconaban. Conviene subrayarlo: como Arlt, Soriano es el escritor que se arma desde abajo y se forma, como puede. Elsa Sánchez de Oesterheld conserva una carta del joven Soriano al guionista de El Eternauta. Oesterheld, entonces, puede ser un paradigma: la literatura popular. Cuando Soriano publicó su primera novela sorprendió con su madurez narrativa. Es que su técnica, y no sólo la técnica, Soriano la había adquirido en las redacciones de Primera Plana, primero, y La Opinión más tarde. Sus compañeros de trabajo fueron Walsh, Urondo, Gelman, Dal Masetto, Briante, Rabanal, Bayer, Eloy Martínez, Bonasso y Belgrano Rawson entre otros escritores. Pero fundamentalmente su aprendizaje literario se había cifrado en la novela policial y, dentro del género, en la admiración por Raymond Chandler, quien cierta vez dijo que su responsabilidad como escritor era seria ya que escribía para lectores que, con seguridad, no leían otra cosa que novelas policiales, que antes de ser policiales eran novelas. Chandler era el autor fetiche de Soriano. Más que Graham Greene, de quien más tarde estudiaría la articulación entre la aventura y la denuncia. A Chandler se lo advierte en Soriano a través de sus metáforas entre poéticas y humorísticas, de los diálogos agudos en los que el ingenio reverbera descubriendo el absurdo, como disparate, en medio de la derrota. Como los héroes de Chandler, los personajes de Soriano son perdedores. Si, a lo Simone Weil, en la historia hay que elegir, Soriano elegía: estaba siempre del lado de las víctimas.

3 No me sorprende: al escribir estas reflexiones siento que ya lo hice antes. Ya ni miro las anotaciones que hice un rato atrás. También, inevitable, me doy cuenta de que en estas líneas se me crispa el tono. Inevitable, sí, cuando me acuerdo lo que a Soriano le importaba obtener un reconocimiento de la crítica literaria que presumía de culta.

Paso a ejemplificar con una anécdota que me contó Bayer en una feria del libro patagónica, una de esas ferias que suelen parecerse más a una kermesse heroica que a la Rural del Libro porteña donde las editoriales exhiben a sus toros de raza y vacas sagradas. Una vez Beatriz Sarlo invitó a Soriano a participar en una charla en el ámbito universitario. En esa época, si mal no recuerdo, parecía haber dos bandos en la narrativa: Saer en un rincón del ring y Soriano en otro. Una disyuntiva falsa. De la que sacaban partido los saerianos y los sorianescos. Descreo de la ingenuidad de Sarlo y, especialmente, del desentendimiento de Saer y el candor de Soriano. Disyuntiva falsa la de quienes levantaban por un lado la morosidad y la experimentación y por otro el artefacto narrativo popular. Disyuntiva que si a algo contribuía era a opacar la minuciosa relojería narrativa de uno y de otro. Volviendo a esa vez: Soriano invitado al ámbito académico. El alumnado se burló del escritor porque apenas si había terminado a los tumbos la primaria mientras su padre, empleado estatal, cambiaba de destino desde la pampa hacia el sur. Esa madrugada, destruido, Soriano lo llamó a Bayer. Como reivindicación y ajuste de cuentas, Bayer invitó a Ricardo Piglia a presentar a Soriano en su cátedra de Derechos Humanos en el ámbito universitario. Piglia arrancó planteando que los tres escritores argentinos más grandes de nuestra literatura no habían terminado la primaria. Arlt, Borges y Soriano. No creo recordar que el autor de Plata quemada haya publicado esta afirmación en sus ensayos. Una lástima.

4 Aunque le disgustara admitirlo, a Soriano, un "bárbaro", le encandilaba la "civilización" corporizada en las luces de la gran ciudad puerto. Su porteñismo exagerado delataba su origen provinciano. Ahí, creo acertar, advertía su déficit. Quizá así se explique su atracción en el último tiempo por Bioy Casares, el tilingo turista que impostaba una lengua barrial que, en Soriano, era tan espontánea. Siempre me resultó sospechosa esa fascinación de Soriano por Bioy. Ese artículo que escribió sobre Bioy parece escrito por un tipo diferente del que escribió sobre Arlt, un tipo de otra extracción. Discutimos al respecto. Soriano no integraba la corte de colados en la casa de los Bioy que, en sus notas periodísticas, confianzudos, se despachaban como si fueran de la familia y ostentaran un doble apellido. No, el fervor de Soriano por Bioy era otra cosa. Una contradicción de clase. El pibe que se formó jugando al fútbol en potreros del interior y leyendo a los saltos desde Salgari a Oesterheld todo lo que le caía en las manos hasta que un buen día Chandler le hizo arrancar la máquina de narrar, ese pibe, digo, se fascinaba con Bioy igual que un humillado arltiano por la avenida Quintana.

5 Hace un rato escribí "venganza". El correlato anterior de la venganza es, sin duda, el resentimiento, la esencia de los personajes arltianos. Soriano escribía sobre perdedores, los reivindicaba en sus derrotas. Todas las quimeras de sus héroes se orientan inexorablemente hacia el fracaso. No hay como la humillación para nutrir el resentimiento. Y no hay como el resentimiento para impulsar una literatura que, como la arltiana, hace de la ecuación sexo-dinero-poder su resorte esencial. En este aspecto me he preguntado varias veces por qué no leer a Soriano desde el Sartre que le abrió los ojos a Masotta para escribir su mejor ensayo, Sexo y traición en Roberto Arlt. Los personajes de Soriano no son sólo perdedores. Son también, a través de un grotesco pietista, la encarnación de una idea que está tanto en Scott Fitzgerald, Hemingway y Faulkner: pelearla aunque al final, como le dice el padre a Quentin Compson, "ninguna batalla se gana jamás". El grotesco en Soriano funciona como piedad. La lástima es un sentimiento que sólo pueden conocer quienes fueron golpeados y saben que con esas magulladuras sólo se puede construir el resentimiento. El grotesco en Soriano, próximo a la caricatura, exagera la realidad. Y hace visible lo que nadie quiere ver. Hay una tristeza siempre de fondo en sus ficciones que asocio con los guiones de Age y Scarpelli, los guionistas de Monicelli. Esa tristeza que cierra la historia de Los compañeros cuando los obreros, tras el fracaso de la huelga, vuelven entregados a la fábrica. En Una sombra ya pronto serás, escrita a fines de los ‘80, su novela más negra, lo caricaturesco se vuelve visionario: ahí se ve venir la catástrofe de una sociedad que se soñaba de clase media, rubia y primer mundo. No es desatinado sostener que ésa es la novela de la depresión nacional. Y envenena leerla.

6 Se puede argumentar que Arlt es de tan envenenado, venenoso. Y que Soriano, a su lado, intenta ser más comprensivo con las miserias de una sociedad carnicera. En todo caso, esa ternura que despliega, no es otra cosa que solidaridad. Como sus personajes, Soriano sabe que la dignidad es una pelea muchas veces perdida de antemano y, no obstante, hay que subir al ring, y si el ring es la literatura, apostar al cross en la mandíbula. Sus personajes son más que desplazados, desclasados. Si no tienen conciencia de clase es porque no pueden: no pertenecen a ninguna clase. Son la resaca del estado benefactor peronista. Y acá habría que explicar ese malentendido entre el peronismo y Soriano. La presunta izquierda lo acusaba de populista por su simpatía con el pueblo peronista, que no equivale a adhesión al líder del mayordomo ocultista. Para el peronismo Soriano resultaba un infiltrado, uno que esperaba la revolución por donde no iba a pasar: el peronismo. Aunque también como Arlt, despreciaba a los plumíferos del ambiente literario (véase ese capítulo memorable de El ojo de la patria, dedicado a los escritores que la juegan de secretos), no obstante Soriano esperaba ese reconocimiento de lo que se supone una "alta cultura". En consecuencia, Soriano padecía la omnipotencia pero también la debilidad del autodidacta. Del mismo modo que hacía de la amistad un culto viril, su capacidad para conquistarse enemistades en el gallinero literario era prodigiosa. Cuando más le pegaron fue en la primavera alfonsinista, en la misma época en que el Presidente de la Nación se negó a recibir a Cortázar. Y cuando le pegaban, Soriano -no voy a justificarlo- se ensañaba con sus enemigos. Podría vérselo, insisto, desde esta perspectiva: la popularidad de su escritura cuestionaba a los castrati que celebraban una literatura dandística y de elite. Acá sería atinado citar de nuevo a Arlt: "Que los eunucos bufen". Conviene detenerse en la mala fe ideológica de aquellos que piensan la literatura como misión santurrona o sólo como placer masturbatorio, la escritura de las novelas históricas de cartulina por un lado y esas pavadas narrativas que, desde la frivolidad, se consideran como "instalaciones". Conviene detenerse en esas novelas que cada tanto irrumpen un ratito con una faja presumida que presenta la obra como la más importante del más importante escritor argentino contemporáneo. Conviene detenerse en la pompa y el barullo de los concursos literarios (muchas veces la única posibilidad de un autor inédito de lograr que lo publiquen, aunque haya casos notorios donde el veredicto es trucho). Conviene detenerse en el autor secreto que todas las semanas descubren los suplementos dominicales para sus lectores no menos domingueros. Conviene detenerse en la cantidad inabarcable de libros que se han publicado en un año (casi dieciocho mil el año pasado, se calcula) y preguntarse quién leerá todos esos árboles talados. Conviene detenerse en algunas preguntas simples: por qué escribimos, para qué escribimos, a quién escribimos. Preguntas sencillas, pero no libres de complejidad. Soriano se las planteaba. Porque su relación con la literatura era existencial y dramática.

7 Su fortaleza estaba, está, estará en otra parte. En un medio signado por blanduras, mezquindades y oportunismos, Soriano iba al frente. Ahí están sus notas sobre las canalladas de los editores. Ningún escritor, que yo recuerde, abordó la cuestión con tanta pasión, un sentimiento hoy con mala prensa. En medio de una polémica sobre los derechos de autor, un empleado ejecutivo de una editorial salió a salvar el honor marquetinero desde una revista. Hoy ese empleado es uno de los agentes de escritores más poderosos de por acá. De empleado de un prostíbulo a cafishio, habría dicho Soriano. Pero, ¿un agente tiene una ética diferente a la de un fiolo? Me permito incluir ahora una anécdota personal. En una feria del libro fuimos convocados a una mesa redonda sobre derechos de autor. "Llevemos nuestros contratos de edición", me dijo Soriano. Era un argumento incontestable para discutir la cuestión de los derechos de autor. El público no superó las diez personas. Un solo escritor entre el público: Dal Masetto. Un abogado que integraba el panel se indignó cuando leí un contrato. El contrato le parecía chupasangre. Soriano dijo: "Se supone que acá debería haber más escritores. Se supone que los escritores son gente de coraje intelectual". De nuevo, me reprocho este tono con el que escribo estas líneas. Pero, este tono, ¿no es acaso también un efecto Soriano?

8 Es curioso: Soriano ya no está. Y el lugar que dejó vacío no hace más que referir su presencia. Soriano ya no está, pero al nombrarlo, se nombra las causas por las que peleaba, todas intactas. Entonces Soriano vuelve a ser el nombre de una literatura que no le teme a la confrontación. Porque como Arlt en su momento, con su popularidad tan inmensa como envidiada, Soriano representa un fenómeno maldito para mucha intelectualidad nacional. Quizá ésta sea la prueba de la vigencia molesta de su escritura. Que se aviven aquellos que todavía persisten en el titeo a Soriano. Soriano va a seguir molestando mucho tiempo.

martes, 20 de febrero de 2007

Correspondencia: Auden: el centenario de un poeta homosexual

Anodis :: Agencia de Noticias Sobre la Diversidad Sexual

19 de febrero de 2007
Wystan Hugh Auden: el centenario de un poeta homosexual
Wystan Hugh Auden, poeta, dramaturgo y crítico literario homosexual, dejó el legado de su obra a la humanidad entera. En México no es los suficientemente conocida pues no se ha traducido del todo

por Sergio Téllez-Pon
[
sergio@anodis.com]

Para entender la poesía de algunos poetas muchas veces es necesario cifrar su obra con su vida. Esto se cumple de manera muy particular con Wystan Hugh Auden (York, Inglaterra, 21 de febrero de 1907-Viena, Austria, 29 de septiembre de 1973), pues aunque siempre se resistió a la idea de entrometerse en la vida de un creador, su poesía está estrechamente relacionada con sus vivencias más profundas. Aunque en español se han publicado algunos de sus libros, a lo largo de esta vasta antología de la obra poética de Auden, Canción de cuna y otros poemas, se puede percibir cuánto se fue modificando su poética conforme su vida tomaba diferentes rumbos, de manera tal que prácticamente se estaría ante una especie de biografía literaria.

Descendiente de islandeses, Wystan, como le decían sus allegados, fue el tercer y último hijo de un médico y una enfermera, ambos anglocatólicos fervientes (todos los datos los tomo de W.H. Auden. A biography, de Humphrey Carpenter, publicado por Houghton Mifflin en 1981). Estudió en escuelas e institutos religiosos de Birmingham y, finalmente, en la Universidad de Oxford donde conoce a quienes serán sus amigos el resto de sus días, los también escritores: Christopher Isherwood, Stephen Spender y Cecil Day Lewis (Auden será el menor del grupo y, en general, siempre sentiría ser el de menor edad en cualquier círculo, empezando con sus hermanos). En 1928, cuando apenas cuenta con 21 años, aparece su primer libro: Poemas que muestran claramente el conflicto interno con su homosexualidad propiciado por su profunda educación religiosa lo cual le hizo escribir sugestivamente, insinuando apenas sus emociones, principal rasgo que ponderarán los críticos al convertirlo en la voz más representativa de su generación.

Ese mismo año, a punto de graduarse de la universidad, su padre le regala un viaje por el continente Europeo y Auden elige Berlín, la ciudad que en las postrimerías de los locos años veinte se ha convertido en la capital cultural del continente lo cual, a su vez, ha propiciado un relajamiento de la moral social (los cabarets son más frecuentados que las librerías: de uno de ellos sale Marlene Dietrich para protagonizar El ángel azul). Luego de unos meses en la capital alemana, Auden regresa con su familia en Birmingham a pasar las navidades de 1928 y aprovecha para cancelar su compromiso de matrimonio con una estudiante de enfermería, al parecer de nombre Sheilah Richardson, que le presentó Spender. Aun cuando partió sin saber alemán ni de la literatura en ese lengua, en enero de 1929 regresa a Berlín pues su principal intención es seguir aprendiendo el idioma lo que a la postre lo convertirá en un ferviente germanófilo. Va a Inglaterra a pasar su cumpleaños número 22 y luego vuelve a Berlín. Pronto, la recesión económica de Estados Unidos hace que la vida en la capital alemana sea más barata pues los dólares que sus padres le envían se devalúan día tras día. La intensa vida que lleva le ayuda a asumir su homosexualidad y mantener una serie de relaciones afectivas con varios muchachos, pero una en especial—la más intensa y atribulada—, con un joven marinero de Hamburgo, Gerhart Meyer. Es tal su entusiasmo que contagia a Isherwood y Spender quienes pronto lo alcanzarán en la ciudad germana. Sin embargo, la fiesta dura poco: el partido nacionalsocialista con Hitler a la cabeza asume el poder y esto coartará de tajo las libertades permitidas todos esos años.

Sin embargo, esa estancia ya ha marcado profundamente su estilo de vida. Es definitoria en tres aspectos que es importante resaltar: en primer lugar, si antes veía su homosexualidad como algo pasajero—más en las ideas freudianas con respecto a las etapas de la sexualidad que a la manera griega como etapa de aprendizaje—, ahora asumirá completamente una identidad gay, luego, las atrocidades del nazismo le despierta un interés por militar en las causas sociales justas y, finalmente, ese viaje lo impulsa a vivir en un exilio voluntario permanente.

Regresa a Inglaterra para volver al viaje ahora perenne: va a la tierra de sus antepasados, Islandia; luego, en 1936 en compañía de Isherwood, visita China donde se encuentran con la guerra sino-nipona y, al parecer, es durante ese viaje que Auden le confiesa a su amigo estar enamorado de él. Ambos publican sus experiencias de esa travesía al gigante asiático en Harper's bazaar la revista neoyorquina que dirigía su amigo George Davis (el impulsor de Truman Capote, entre otros escritores); además, Auden escribe una serie de veintiún Sonetos desde China. En 1937, se enlista para ir a la Guerra Civil Española, pero no toma el rifle ni se ubica en las trincheras sino que funge como conductor de una ambulancia y, finalmente, como locutor de una estación de los republicanos que al ser de onda corta y trasmitida en inglés es prácticamente inútil. Conciente de esa inutilidad regresa a Inglaterra por un par de años. Es la época en que escribe dos poemas significativos: "España, 1937" y "1 de septiembre de 1939" (el día de la invasión Nazi a Polonia), es decir, los que se consideran sus poemas sociales más importantes. Luego de haber escrito sus poemas más homófilos bajo el tamiz del psicoanálisis, Auden escribió esos dos poemas políticos bajo circunstancias muy específicas por lo que, al paso de los años, le molestaban cada vez más y por eso los sacó de la primera edición de sus poemas completos. Si antes creía en una revolución social a través de la poesía, después escribiría en un poema: "Ninguna palabra escrita por el hombre puede detener la guerra".

En 1939 se muda a Nueva York donde conoce a quien será su compañero sentimental el resto de su vida, Chester Kallman, y en 1946 adquiere la nacionalidad estadounidense. También se le empieza a manifestar más notoriamente el síndrome Tourine-Solente-Golé que le deformó la cara haciéndola ver como "un pastel de bodas olvidado bajo la lluvia", como él mismo solía decir con sarcasmo. Entre 1946 y 1947 imparte las hoy en día ya importantísimas conferencias sobre la obra de Shakespeare en la New School for Social Research de Nueva York. Luego, pasada le Segunda Guerra Mundial, Auden y Kallman pasan una larga temporada en la isla italiana de Ischia: "mis gracias son para ti, / Ischia, hacia donde un buen viento / me trajo para gozar con queridos amigos / venidos de sucias ciudades productivas", escribe Auden en el poema dedicado a esa isla. Allí se encuentran con Capote y su amante, Jack, según datos del biógrafo del autor de A sangre fría, Gerald Clarke, quien relata aquella estancia y de paso Capote da su impresión sobre Auden:

"¡Qué latazo era Auden!", se lamentaba Truman. "No tenía ni una pizca de humor ni de ingenio. Era todo intelecto. Di una fiesta en la azotea de la pensión. La decoré con farolillos japoneses y asistieron unos cincuenta, incluyendo a los más atractivos pescadores de la isla. Todos lo pasaron bien. Es decir, todos excepto Wystan, que ni bailaba ni hablaba con nadie, allí solo, sentado en un rincón, con un aspecto de lo más triste. Esa es la imagen que tengo de Auden: sentado solo en un rincón, y con aspecto triste". Auden y su compañero, Chester Kallman, congeniaban a su modo con Truman y con Jack pero, por misteriosas e inexplicables razones, hacían todo lo que podían por desairar a Tennessee [Williams] y a [su pareja] Frankie. "Nunca comprenderé lo que Wystan pudo ver en Chester, era una de las personas más mezquinas que haya visto jamás", añadiría Truman. "Auden era ya bastante conocido como poeta, pero por la manera que Chester tenía de comportarse cualquiera hubiese dicho que era él quien dominaba de puertas para adentro. Chester era sumamente mal educado con Tennessee y con Frankie y tenía a gala no invitarles a su casa. Tennessee se sintió muy dolido" ( Truman Capote, Ediciones B, 2006).

Si Auden y Capote no congeniaban del todo era por sus temperamentos tan dispares y no tanto por los casi veinte años de edad de diferencia pues, en cambio, Isherwood adoraba a Capote. De regreso a Estados Unidos, Auden trabaja como editor de algunas colecciones y antologías de poesía y, principalmente, como conferenciante en algunas universidades. En la parte última de su vida, vuelve a creer en la fe cristiana y ve la poesía como un acto de "revelación celestial", por eso tenía que seguir escribiendo: sólo sus versos, quizá, podrían cambiar a los humanos. Un año antes de morir regresó a vivir a Oxford. Auden murió antes de la medianoche de un ataque al corazón en su cuarto de un hotel de Viena, a donde había ido a dar una lectura de su magistral obra poética.

En pos de una fidelidad extrema con el original, Eduardo Iriarte, el traductor de esta antología, no equilibra "literatura y literalidad" pues, como lo confiesa, pondera la literalidad y muchas veces se pierde el sentido (para no hablar del ritmo y el lenguaje) del más mínimo y en apariencia insignificante poema. De lo que no se le puede despojar a esa poesía genial es su persistente humanismo del que dota a todo cuanto nombra. Humanismo: razón de sobra por la que se considera a Auden el poeta más importante de la lengua inglesa del siglo XX.

Mientras en Inglaterra y Estados Unidos casi toda su obra poética se reunió poco después de haber muerto y a pesar de ser uno de los poetas más importantes de la lengua inglesa, en español su poesía no ha sido lo suficientemente traducida para valorarla en conjunto. En España, la editorial Pre-textos ha publicado Otro tiempo, Un poema no escrito y Gracias, niebla, ahora Lumen publica esta amplia antología con una traducción muy irregular. En México sólo conozco una mínima selección traducida por Guillermo Sheridan y publicada en una colección estudiantil de la UNAM. Contando, además, con los poemas sueltos que han aparecido en distintas publicaciones periódicas del mundo de habla hispana—que generalmente son siempre los mismos los que algunos poetas han traducido, como lo muestran las varias versiones de "Epitafio de un tirano", "Poema no escrito" o la conocidísima canción que inicia: "Paren todos los relojes, corten el teléfono"—, eso no es suficiente para una obra que casi llega a las 700 páginas (según la primera edición inglesa de 1976) y que tiene registros tan variados como excepcionales. Ojalá el centenario de su nacimiento sea motivo suficiente para conocer mejor su obra.

W. H. Auden. Canción de cuna y otros poemas. Trad. Eduardo Iriarte, Lumen, Barcelona, 2006, 364 pp.


Al César lo que es del César

César Decanini me reclama algo que no tengo: una "opinión más completa" sobre el affaire Di Nucci. Pero leyendo los argumentos esgrimidos por los comentaristas del caso, puedo, sin embargo, manifestar mi sorpresa ante las sólidas convicciones que sobre el robo y el plagio ostentan la mayoría de los lectores, sin siquiera dudar por un instante de nociones que se corresponden (siempre, siempre) con un formación cultural (ideológica, económica, y si se quiere ser un poco arcaico, económica) determinada: lo que llamamos capitalismo en su forma actual. Habría, en esta admirable cruzada en pos de la originalidad que los soldados de la propiedad privada llevan adelante algo inquietante y que llega incluso a asustar: el total olvido de que las concepciones de la literatura son históricas (más allá o más acá de las corrientes historiográficas que más nos plazcan). Lo que se llamó "petrarquismo", alguna vez, no fue sino la aplicación sistemática, deliberada, de un modelo. El mejor poema petrarquista era el que más se parecía al modelo. Garcilaso, Góngora, los mejores poetas de la lengua castellana de los siglos de oro, dieron versos memorables que no eran sino... traducciones de versos que Petrarca ya había urdido previamente.
No digo que ése sea el caso que ahora se está analizando, sino que eso demuestra, sencillamente, que las concepciones de la literatura varían según las épocas, las décadas y los años y está bien y es estimulante que así sea. Es extraño que alguien que se identifica como "Bolchevique superstar" ignore aspectos tan trillados de la historiografía literaria y cultural y considere choreo (no usa esa palabra vil, pero sí otros comentadores que con él coinciden) a lo que debería considerarse, mejor, chorreo: chorreo de las iluminaciones.
Yo no leí Bolivia construcciones ni la novela de Carmen Laforet. No puedo, pues, analizar esos textos ni saber qué agrega o quita cada párrafo. Pero me preocupa que se ataque tan injustificadamente a quienes firmaron la "Carta de Puán" (hermoso nombre) sin considerar lo que en el fondo se discute: concepciones de lo literario. ¿Que la literatura no puede ni debe ser eso? ¿Quién lo dice? ¿En qué se fundamenta? Y si los argumentos se desarrollaran con todo el rigor que merece, y dado que la literatura está hecha de frases (y no de cosas que pasan), ¿no habría que condenar, también, toda sintaxis copiada, robada, transferida de un texto a otro? Y ahí los quiero ver, detectando puntuaciones déjà fait.
Es claro que hay dos posiciones básicas: quienes defienden la legitimidad de las categorías jurídicas del capitalismo en relación con la literatura y quienes se abstienen de esa defensa.
Todo lo demás es una consecuencia de eso.
Si yo lamenté que Di Nucci no hubiera dedicado su novela a La nada (por ejemplo), no fue porque ese gesto módico le agregara legitimidad adicional a una operación posible, sino porque de ese modo hubiera podido tapar la boca soez de los esbirros del coyright. Tenía razón, naturalmente, Josefina Ludmer: Bolivia construcciones es un ejemplo de lo que ya deberíamos llamar postliteratura. Bolivia construcciones nos obliga a pensar en la literatura en nuevos términos. ¿Hay felicidad mayor?

lunes, 19 de febrero de 2007

Literaturas comparadas (2)

Bajo sospecha

por Diego Rojas para Veintitres.

OTRO PREMIO LITERARIO CUESTIONADO POR PLAGIO. ESCÁNDALO Y EL DEBATE ENTRE ESCRITORES Y ACADÉMICOS

Esta vez se trató de la novela Bolivia Construcciones, de Sergio Di Nucci, ganadora del concurso La Nación 2006. Por qué el jurado revocó el galardón. Qué dijo el autor.

La noticia cayó como un balde de agua fría en el ámbito literario local: el jurado del premio de novela La Nación decidió revocar el galardón que le había otorgado a Sergio Di Nucci por su novela Bolivia Construcciones. El jurado, alertado por un lector de 19 años, consideró que existían "extrañas similitudes" entre el texto de Di Nucci y la novela Nada, de la catalana Carmen Laforet, escrita en 1944. Cuestionó la "ética y honestidad intelectual" del escritor ya que Di Nucci -según el jurado integrado por el mexicano Carlos Fuentes y los argentinos Griselda Gambaro, Tomás Eloy Martínez, Luis Chitarroni y Hugo Becacece- debía "adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo". Di Nucci se defendió: "Desde la primera entrevista con La Nación hablé de la reescritura como un principio constructivo de la novela, que por algo se llama Bolivia Construcciones", dijo. El autor se refiere a un antiguo recurso literario, que usaron con maestría desde Shakespeare hasta Borges: la intertextualidad, mediante el cual se intercalan párrafos de una obra en otra. El recurso funciona como un homenaje a través de los guiños que remiten a la obra original.
"Nunca quise perjudicar a Carmen Laforet -agregó el autor-. Por el contrario, quise que Nada tuviera más lectores y no menos. Nada es una novela clásica que se enseña a los chicos en el secundario. Se quiso mostrar a Nada, no se la quiso ocultar, lo cual hubiera sido muy fácil. Se quiso señalar a esta otra novela, no ocultarla, se la quiso homenajear, no cancelarla. Esto de la reescritura de Nada se hace en música con el sampleo, o en artes plásticas, como lo que hizo Warhol con La Ultima Cena."
Pese a la argumentación, el jurado revocó el fallo que, además del diploma, incluía el incentivo adicional de sesenta mil pesos, suma que el escritor anunció que donaría a una institución boliviana para ayudar a solucionar el drama de los indocumentados. Y la polémica estalló.
Escritores, académicos, estudiantes y miembros prominentes del campo cultural, pertenecientes a todas las tendencias posibles, se pronunciaron a favor y en contra de Sergio Di Nucci, reivindicando su novela o, directamente, acusándolo de ser un vulgar ladrón. Algunos denostaron al jurado por su decisión revocatoria, otros elogiaron su postura con fervor. La primera piedra la lanzó Agustín Viola, estudiante de Economía de 19 años que envió sus dudas al diario. "Soy un lector apasionado y por eso, en junio del año pasado, una amiga me prestó Nada; la leí y me gustó mucho", contó Viola -cuya existencia y verdadera identidad muchos intelectuales pusieron en duda-. "A principios de enero me compré Bolivia Construcciones y, en cierto momento, me empezaron a sonar conocidos algunos personajes y situaciones. Cuando empecé a adivinar cómo continuaba la acción, me pareció todo muy raro y busqué la novela española. Ahí me di cuenta de dónde surgía el parecido", señala el orgulloso Sherlock Holmes de las letras argentinas. Cuatro días después de la denuncia, el jurado revocaba el premio.
La reacción no se hizo esperar. Indignada, la plana mayor de la carrera de Letras de la UBA contraatacó defendiendo a Di Nucci, también profesor en esa casa de estudios. Hicieron circular un texto que muchos académicos firmaron y enviaron a La Nación, aunque el diario todavía no lo publicó. En él declaran su "sorpresa" ante la decisión del jurado y plantean que la novela recurre a la transformación de "pasajes de otros textos con una finalidad estética precisa". Consideran "injusto y paradójico que se pretenda una limitación de Bolivia Construcciones aquello que constituye una de sus excelencias".
Los académicos se pusieron en pie de guerra. "A mí todo esto me sorprendió muchísimo", confiesa Susana Santos, profesora de Literatura Latinoamericana. "Apenas salió la novela se realizó en la facultad un congreso internacional de literatura y yo participé con una ponencia en la que resaltaba que una de las características de Bolivia Construcciones es que se aparta de la mera denuncia social y se convierte en una exhibición del uso de procedimientos literarios, se apropia de textos y los interviene", señala. "Es tan exasperante la exhibición del procedimiento que puede ser visto como un valor o un disvalor, pero no pude resultar indiferente. Me llama la atención que los jurados no hayan podido apreciar la relación con Nada, una novela que, para la gente de mi generación, era de lectura obligada", concluye.
"No conocía la novela de Carmen Laforet", dice sin tapujos Luis Chitarroni, miembro del jurado. "Leí los párrafos de las dos novelas y, excepto por el cambio de nombres y algunas circunstancias menores, son iguales. Nosotros leímos esas palabras como si hubieran sido escritas por el autor y las apreciamos como tales, no como un homenaje intertextual a Nada y a su autora." Y se apura a rebatir: "El gesto de superioridad intelectual con que se da por cierto que Nada, un libro que sólo es clásico y escolar en España, debería estar en la memoria del lector como el comienzo del Quijote o del Martín Fierro parece un recurso postrero al que se echa mano para borrar otro anterior", dice contundente. Y señala: "El jurado hubiera agradecido, y el autor tuvo muchas oportunidades de hacerlo, unas palabras de agradecimiento que nos guiaran en dirección a la obra de Carmen Laforet, presuntamente homenajeada".
En sentido similar se pronuncia el escritor, y también profesor de Teoría Literaria, Martín Kohan. "A mí me parece que hay un uso tramposo de la noción de intertexto. Sabemos qué es una reelaboración y que todo texto es potencialmente intertextual, pero entre eso y el plagio hay una diferencia. Si no fuera así, nos perdemos el chiste del cuento de Borges sobre Pierre Menard, donde se abusa de la idea del intertexto. En nombre de Bajtin, el teórico que comenzó los estudios sobre este procedimiento, hay gente que no tiene ganas de escribir, pero publica novelas", señala con ironía. Coincide con la dramaturga Griselda Gambaro, miembro del jurado: "Acá no hay un trabajo de intertextualidad, no hay trabajo de Di Nucci, salvo la sustitución de nombres y algunas palabras. Todo el resto le corresponde a la autora de Nada. Yo he usado mucho procedimientos intertextuales en mis obras y creo conocer su funcionamiento. Considero que, en este caso, hay copia. De cualquier manera, creo que en el gran panorama de la literatura este episodio es algo menor, no trascenderá", dice optimista, pero el revuelo que provoca el incidente la desmiente.
Distinto piensa el catedrático y también novelista Daniel Link, antiguo director del suplemento Radar de Página 12: "Creo que el uso de pasajes de otros textos para construir la obra propia es una operación legítima. Toda la literatura ha sido escrita sobre la base de textos previos. Las obras del mismo Shakespeare son reescrituras de textos que existían previamente. Lo único que podría objetarse es la falta de una nota al pie, de una dedicatoria". Y se las agarra con el jurado: "Indigna que un jurado compuesto por figuras tan respetables no haya podido defender una decisión propia y mantener el premio. Esto sucede porque tienen cola de paja debido a los conflictos que ocurrieron con otros premios polémicos y por eso se previenen", acusa.
Jorge Asís también apunta sus dardos contra el jurado: "Sus miembros se deshicieron en elogios estremecedores con ese libro. Yo pude llegar a la página treinta y no encontré nada que justificara esos elogios. La entrega de este premio es una consecuencia de la falta de rigor. Se celebra una especie de literatura del espectáculo. Todo este asunto promueve mi misericordia, es decir, me da lástima", señala con la acidez que lo caracteriza.
El polémico Fogwill agrega pólvora al incendio: "Yo a este chico Di Nucci le sacaría el premio por lo mal que escribe", dice y agrega: "Reescribir una novela no me parece una mala idea. Si viene de un escritor es legítima, pero me parece que Bolivia Construcciones no es un texto auténticamente literario".
Para Ana María Shua, todo el debate surgió por la inventiva de Di Nucci: "Él dijo que era un homenaje a Carmen Laforet. Tal vez Di Nucci planificó todo este escándalo para que se diera a conocer el nombre de esta autora, ya que ahora somos muchos quienes tenemos la curiosidad de leerla". Más seria, dice: "El jurado de La Nación no está compuesto por improvisados. Lo integraba gente como Chitarroni, que es un exquisito no menos sofisticado que los intelectuales de Puan (calle donde se sitúa la Facultad de Letras). Si él no vio el juego intertextual es que no estaba. Para que sea válido, debe haber alguna cita al autor. Sólo vale no mencionar al otro autor cuando se juega con un texto muy popular. Pero, convengamos, Laforet no es una escritora conocida", concluye.
En una discusión donde la mayoría de los escritores denuesta a su colega, mientras los popes de la teoría literaria lo defienden, Federico Andahazi, reciente ganador del Premio Planeta (galardón que fue objetado por varios de sus colegas escritores), también opina: "Leí declaraciones de Di Nucci en las que decía que esto es usual en la música, pero si yo registro una obra y pongo de fondo un sampleo de un tema de los Rolling Stones, estoy obligado a pagar derechos". Y se enoja: "A un escritor se le puede perdonar cualquier cosa menos el plagio, me pregunto si alguno de estos académicos que suelen levantar el dedito aleccionador encontró el supuesto homenaje", dice.
Quienes no se sintieron homenajeados son los miembros de la comunidad boliviana a quienes Di Nucci dedicó su libro. La novela nació como un cuento que el escritor envió a Vocero, una publicación de la colectividad. "Convocamos a un certamen para que los lectores nos envíen historias de vida de la inmigración. Él se presentó como Bruno Morales", cuenta Victoria Rocha, directora de Vocero. "A pesar de que ganó, nunca fue a buscar el premio y cuando hicimos la presentación en la Feria del Libro tampoco apareció. Hasta que ganó el premio La Nación no tomó contacto con nosotros", dice Rocha.
Fidel Colque, presidente de la Asociación Deportiva del Altiplano -institución que Di Nucci eligió para donar el premio-, espera que la decisión revocatoria no afecte sus proyectos. "A pesar de que todavía no está depositada la plata en nuestra cuenta, ya compramos algunas computadoras, impresoras, una fotocopiadora y una cámara para poder ayudar a los compatriotas que todavía no tienen sus documentos", señala Colque con el acento boliviano que tan bien Di Nucci supo retratar.


Otras demoliciones

Los premios literarios en el país no descansan a la hora de producir escándalos. Basta decir que esta no es la primera vez que el jurado del certamen de La Nación quita el galardón que había otorgado. En 1997 se anuló el resultado del concurso de cuentos del diario de los Mitre debido a que Daniel Omar Azetti, el ganador, había copiado casi textualmente un texto no muy conocido del italiano Giovanni Papini. Pero no es el único premio con escándalo: ese mismo año, el Premio Planeta fue cuestionado cuando se denunció que el galardón para Ricardo Piglia estaba arreglado de antemano. En 2005, la Justicia le dio la razón Gustavo Nielsen, el escritor denunciante.


En contra

Por Elsa Drucaroff*

La semiología y el análisis del discurso sostienen que nadie puede hablar como la Biblia dijo que habló Adán, por primera vez, sacando palabras de la nada. Toda palabra que se pronuncia ya ha sido dicha, viene contaminada de connotaciones, juicios de valor, tradiciones, etc., y por lo tanto hablar es citar a muchos, escribir también. Esto no supone que quien escribe sea un pasivo repetidor, porque se trata de dialogar. Cada palabra que se dice o escribe dialoga con ella misma, dicha o escrita antes por otros. En literatura este fenómeno es constante. Pero a veces opera a partir de un procedimiento muy consciente, que en la posmodernidad está de moda: ese procedimiento se llama intertextualidad. Ahora bien, ¿cuándo hay intertextualidad y cuándo simple plagio? El grupo Bajtin sostiene que entre el discurso referido y el discurso que refiere "se dan relaciones dinámicas de gran complejidad y tensión". Por mi parte, he leído las dos novelas y no considero que en las transcripciones que hace Di Nucci de Nada, de Carmen Laforet, estas relaciones estén dadas. La transcripción es casi textual, sólo se cambia la primera persona femenina por una primera masculina y las palabras españolas por palabras verosímiles para el narrador boliviano: es decir, se borran las marcas en vez de producir ese diálogo al que se alude en la intertextualidad.

*Novelista y crítica literaria


A favor


Por Jorge Panesi*


La novela está planteada como un juego. Y Di Nucci no es el primero en utilizar este procedimiento. Basta citar al Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, en el que en algunos momentos hay pasajes calcados del Ulises de James Joyce. La acusación de plagio implica cuestionar toda la literatura moderna. Además, la literatura es el territorio del robo, todos roban, todo aquel que escribe roba, la literatura implica la suspensión de la moral. Esto cambia cuando está la ley de por medio. Y un jurado, un premio y el dinero son las representaciones de la ley en la institución literaria. En un certamen de esa naturaleza entran en consideración cuestiones económicas, éticas e institucionales. Creo que el jurado está compuesto por lectores de primera línea. De cualquier modo, cuando leyeron y premiaron Bolivia Construcciones por primera vez, leyeron la novela como literatura. Cuando la leyeron por segunda vez, la leyeron desde el punto institucional, desde el punto de vista económico, del qué dirán. Hay dos lecturas, ¿con cuál se queda el público? ¿Con la primera o con la segunda?

La decisión sobre la cuestión de la copia se realiza en el acto de lectura: cualquiera que lea un mismo escrito en contextos diferentes, lo lee de distinta manera. El plagio en la literatura no existe, en cambio, existe el robo. Así, hay quienes adoran a los ladrones y consideran al robo como una de las bellas artes. Por eso, hay robos mal hechos y robos bien hechos. En este sentido, considero que Bolivia Construcciones es un robo bien realizado.

*Director de la carrera de Letras en la UBA (testimonio telefónico)

viernes, 16 de febrero de 2007

Literaturas comparadas

Intercalados, los párrafos de la novela Nada y los párrafos -copias o hipertextos- en Bolivia construcciones. A modo de ejemplo, porque hay más.

"Me acuerdo de que íbamos por una calleja negra, completamente silenciosa, cuando se abrió una puerta por la que salió despedido un hombre borracho, con tanta mala suerte, que cayó sobre Juan, haciéndolo vacilar. Pareció que a Juan le corría una descarga eléctrica por la espalda. En un abrir y cerrar de ojos le propinó un puñetazo en la mandíbula, y se quedó quieto, aguardando a que el otro se repusiera. Al cabo de unos minutos estaban enzarzados en una lucha bestial. Yo apenas podía verles. Oía sus jadeos y sus blasfemias. Una voz rasposa rompió el aire encima de nosotros, desde alguna ventana invisible: "¿Qué pasa aquí?""

Nada, pag. 129

Entramos en un pasillo negro, completamente silencioso, cuando se abrió una puerta por la que salió despedido un peruano borracho, con tanta mala suerte que cayó sobre Mariano, haciéndolo vacilar. Pareció que a Mariano le corrió una descarga eléctrica por la espalda. En un abrir y cerrar de ojos le pegó una trompada en la mandíbula, y se quedó quieto, esperando que el otro se repusiera. Al cabo de unos segundos estaban enzarzados en una lucha bestial.

Yo apenas podía verlos. Oía sus jadeos y sus insultos. Una voz rasposa rompió el aire encima de nosotros, desde una ventana invisible:

-¿Qué pasa aquí?

Bolivia, pag 187

Sigue acá.


jueves, 15 de febrero de 2007

Correspondencia: El poder omnímodo de los gremios

Por Marina Oybin

Conflicto en la Biblioteca Nacional

La renuncia o alejamiento de algunos altos directivos ha vuelto a poner sobre el tapete el lamentable estado en que se encuentra la Biblioteca Nacional y las dificultades que enfrentran sus sucesivos directores (¡diez en diez años!), para poner orden en un organismo público controlado, como tantos, por gremios que funcionan como mafias organizadas. Un patrimonio invalorable en permanente peligro.
El pasado 27 de diciembre de 2006, Horacio Tarcus, subdirector de la Biblioteca Nacional Argentina, renunció a su cargo con duras críticas a la gestión del director en funciones, Horacio González(1). Rompió así la inestable calma de la Biblioteca e inauguró un nuevo período de crisis. Pero también dio lugar a una interesante polémica sobre la función de una institución central de la cultura argentina, en la que se han involucrado muchos intelectuales.
En su carta de renuncia y en otra nota distribuida el 4 de enero pasado, Tarcus señala que González priorizó la asignación de recursos para la actividad cultural de la Biblioteca en detrimento de la modernización bibliográfica, que incluye la incorporación de nuevas tecnologías informáticas. Además, entre otros puntos, sostiene que el presupuesto de la Biblioteca crece de modo exponencial mientras que el patrimonio y la cantidad de lectores caen en la misma proporción: "La mayoría de los recursos se destinó a mejorar la situación salarial y una ínfima parte a enriquecer el patrimonio", señala (2).
Por su parte, una solicitada firmada por un grupo de destacados intelectuales alude, bajo el título"Defensa de la Biblioteca Nacional", a la falsa dicotomía entre modernización y tradición instalada en el debate público después del alejamiento de Tarcus. El texto sostiene: "Sabemos que la Biblioteca Nacional no está atravesando un momento 'sombrío' (…). No hay ninguna oposición, al contrario, entre biblioteca y actividad cultural, entre atención a los investigadores y apertura a un público amplio, entre excelencia técnica y mejora de la situación laboral y económica del personal de la institución" (3).
Es cierto. No hay oposición, o no debería haberla, entre las distintas dimensiones, sino que debieran complementarse y hasta potenciar el crecimiento de la Biblioteca. Por eso, en vez de pivotear entre la diatriba o la exaltación de las figuras de González o de Tarcus -referentes a través de los que parecen aflorar viejas rencillas que signaron gran parte de la virulenta discusión (4)- es necesario analizar qué sucede en el interior de la Biblioteca Nacional, qué obtura la posibilidad de cambio. En fin, qué es aquello que erosiona su vida institucional. Y desde luego, uno de los temas clave, característico de muchos organismos públicos: el papel de los gremios, su poder y sus prácticas.

El imperio gremial

Se podría pensar que la prioridad para quien asume la dirección de la Biblioteca es plantear una política específica y comenzar a trabajar en los aspectos bibliográficos de conservación y acrecentamiento del patrimonio, que todos coinciden en que está muy afectado. Pero no: el primer imprescindible paso es negociar con UPCN, ATE y SOEME (5), los gremios que representan a los trabajadores del organismo. Y hay que hacerlo con cada uno por separado, ya que no aceptan compartir la mesa de diálogo. Las reuniones son constantes -en algunas también participan los abogados gremiales- y en muchas se plantean pequeñas rencillas de carácter personal. En medio de estas demandas, el director debe oficiar como una especie de padre conciliador. "El primer día de mi gestión, vino gente de ATE a denunciar a sus propios compañeros, decían que no trabajaban", comenta el reconocido periodista, escritor e historiador Horacio Salas, quien dirigió la Biblioteca entre junio de 2003 y mayo de 2004.
Los desacuerdos se dirimen muchas veces por medio de la fuerza y la coacción. Entradas sorpresivas atronando con bombos en los despachos de los directivos; amenazas de interrupción de los servicios para el lector; empujones, cachetazos e insultos verbales entre afiliados de distintos gremios y punteros políticos son moneda corriente. El clima es denso, muy malo, de peleas constantes, coinciden los ex directivos Salas y Tarcus, y el ex director Silvio Maresca (marzo de 2002 hasta junio de 2003), al ser consultados por el Dipló. "Se hace difícil. Hay que ser muy aguerrido", sintetiza por su parte el ex director Francisco Delich (enero de 2000 a diciembre de 2001), que logró articular consensos a través de la Asamblea General. González, el actual responsable, matiza que la relación con los gremios es siempre crítica, aunque durante su gestión logró buenos resultados: "los gremios están obligados a un lenguaje y la dirección está obligada a una fuerte escucha de todos los lenguajes existentes en la Biblioteca. El diálogo es, por un lado, con los dirigentes, porque respeto la representación sindical, y al mismo tiempo hay con la gente un diálogo horizontal".
Maresca, en cambio, recuerda que se encontró con una realidad que hasta entonces desconocía: cada gremio dominaba un área. Por ejemplo, SOEME, el más antiguo, controlaba los depósitos de la hemeroteca e impidió que Mirta Alvarado, una bibliotecaria contratada para trabajar en ese sitio, ingresara: cada vez que lo intentó, un grupo de tres corpulentos delegados se lo impidió físicamente, poniéndose delante de la puerta. Estas prácticas intimidatorias, que se reproducen a menudo, son similares a las implementadas en otros organismos estatales, como es el caso de Canal 7 (6).
Los dirigentes gremiales, por ejemplo, fijan los tiempos de trabajo: "el taller de microfilmación y digitalización -recuerda Maresca- funcionaba al ritmo que quería SOEME". En el mismo sentido, Elvio Vitale -al frente de la dirección desde junio de 2004 hasta fines de 2005- sostiene en el informe presentado al finalizar su gestión que las líneas de conducción de la institución aparecían debilitadas, y que era frecuente que el personal no respondiera a las instancias intermedias correspondientes (7).
En su paso por la Biblioteca, Tarcus enfrentó experiencias similares. Por ejemplo, cuando trabajaba en el inventario del depósito de libros, el delegado gremial de UPCN, Federico De Mahieu, ordenó que los empleados dejaran de trabajar. "El personal le responde al delegado, no al jefe del sector. La cadena de mandos está rota. Y hay poca gente comprometida con el trabajo", explica Tarcus. Hay que sumar a esta situación las disputas intergremiales por el control de la Biblioteca, en las que cada gremio presiona a la Dirección para favorecer a su gente, y el miedo de muchos empleados.
Uno de los principales vicios institucionales de la Biblioteca es que el personal responde antes al jefe gremial -una especie de poderoso padrino que le garantiza el trabajo- que a los jefes directos, quienes tienen muy poca o ninguna autoridad real.
¿Cómo revertir esta situación? "Creo que sería necesaria una suerte de intervención, para trasladar a los delegados a otra repartición", afirma Maresca. En cambio, Tarcus opina que hace falta una dirección colectiva integrada por intelectuales, bibliotecarios y administradores gubernamentales con capacidad de gestión probada y coraje para enfrentarse a los dirigentes gremiales.
Hace mucho tiempo que en la Biblioteca no se proyectan e implementan políticas de largo alcance, como lo hicieron en su momento Paul Groussac (1885-1929) o Jorge Luis Borges (1955-1973). Por el contrario, la vertiginosa sucesión de nombres en la última década resulta inquietante: desde 1985 a 2006, la Biblioteca tuvo diez directores. Y no es necesario decir que la falta de continuidad en la gestión debilita aun más la frágil trama institucional, reforzando el poder de los gremios y reproduciendo su estructura.

Una cuenta pendiente

Según el informe presentado por Tarcus al momento de su dimisión, la Biblioteca tiene 400 empleados, de los cuales 50 son bibliotecarios y 24 son profesionales de las áreas de informática, ciencias sociales y letras, mientras que un 75% no tiene calificaciones profesionales para trabajar en la Biblioteca: "El nivel de instrucción del personal es pésimo. No leen", afirma.
Entre los proyectos, los concursos son una asignatura pendiente. Durante su gestión, Maresca los propuso para que algunos empleados pasaran de la planta transitoria a la planta permanente. Pero, paradójicamente, los gremios frenaron una iniciativa potencialmente beneficiosa para los trabajadores. ¿Cómo se explica? Para concursar a algunos cargos se requería el título secundario, que muchos empleados no tenían.
El panorama que encontró Horacio Salas fue similar: había una gran cantidad de empleados sin educación primaria y secundaria completa. Por eso, impulsó un sistema para que quienes deseaban terminar sus estudios pudieran hacerlo en una escuela en dos años. Pero, nuevamente, la iniciativa chocó con la interna gremial: "Consideraron que yo me recostaba en UPCN porque ellos tenían la escuela", recuerda Salas.
Para Tarcus es fundamental que los concursos se realicen sin presiones de los gremios, cuyos delegados integran los jurados y hasta tienen poder de veto. Nada menos. "Temo por la transparencia de estos concursos", dice. Entre las metas que se propone González figura la de realizar concursos para las direcciones: "Mi permanencia -afirma- está muy ligada a esa promesa política fuerte de los concursos". Consultado acerca del nivel de instrucción de los trabajadores, explica: "concibo a la Biblioteca como un órgano de educación y capacitación, por lo tanto no me atemoriza que haya empleados sin educación formal. Me atemorizaría que la Biblioteca no tuviera instrumentos para que cada uno pudiera adquirir sapiencia, habilidades y capacidad de reflexión más elevada, más lúcida".

Patrimonio saqueado

Otro tema de discusión es la protección y preservación del material. En medio de fuertes resistencias de los lectores y hasta con un planteo judicial en su contra por parte de una ONG, en el año 2000 Delich prohibió la entrada con libros y apuntes a la Biblioteca. Es que hasta ese momento muchos estudiantes cortaban capítulos y los sustraían, escondiéndolos entre los materiales ingresados previamente. "Lo más dramático no fue el robo de libros, sino la mutilación", recuerda Delich, que mediante esta disposición logró reducir el vandalismo.
Maresca, por su parte, encontró 60.000 libros ¡sin entrada a la Biblioteca! Este extraordinario patrimonio fue encontrado en uno de los depósitos "dominado -afirma- por SOEME". Se trataba de libros que no estaban consignados en ningún inventario; por lo tanto, en términos administrativos, no existían. En ese depósito se encontró, por ejemplo, una valiosísima Biblia políglota de 1600. "Todo hace sospechar que esos libros no tenían entrada porque era la cantera desde donde se los llevaban", sostiene Maresca.
Horacio Salas, por su parte, pudo comprobar que algunos trabajadores salían de la Biblioteca cargados con bolsos y sin ser revisados por el personal de seguridad. Decidió entonces no renovar el contrato con la empresa a la que pertenecían y contratar otra. Medida resistida por ATE, que impulsó una huelga para que se reincorporara al personal. Como si fuera poco, a esta alarmante situación se sumó el temor que manifestaba el personal de seguridad... hacia los jefes gremiales.
Capítulo aparte merece también el robo de valiosos mapas del siglo XVII de un antiguo atlas. Aunque cueste creerlo, un hombre, que frecuentaba la sala, cutter en mano, cortaba los mapas con total impunidad. Y lo más curioso es que el personal de la Biblioteca se encontraba sólo a unos pasos del ladrón. Salas realizó un relevamiento del material y convocó a especialistas de Interpol, que comprobaron que faltaban más de 120 mapas antiguos -verdaderas obras de arte- valuados en un millón de dólares.
¿Qué hacer ante los saqueos? No se puede echar al personal y los sumarios casi nunca llegan a la instancia judicial. La gestión se ve así amordazada, impotente. "Cambié de lugar al personal y cerré la Sala del Tesoro. Y ahí toqué intereses -no sé cuáles-, porque se incrementaron las críticas a mí desde todos los ámbitos", recuerda Salas.
Profundo conocedor de la Biblioteca, Salas publicó, antes de asumir, una exhaustiva historia de la institución (8). Una vez en el cargo, constató que en la Sala del Tesoro faltaban libros de la biblioteca de Manuel Belgrano. Otro caso inquietante lo detectó la intelectual Ivonne Bordelois, que trabajaba con un diccionario etimológico francés del siglo XVIII cuando, para su sorpresa, los empleados le informaron que ese material no estaba. "Llamé a dos empleados -cuenta Salas- y me contestaron: 'No, eso nunca estuvo.'"
Ante una situación semejante no hay palabras. Sólo impotencia. Y mucha. Lo más desolador es que la ausencia de un inventario completo y actualizado impide tener un control sobre el patrimonio. Resulta evidente la necesidad de un relevamiento completo, que consigne todo el acervo de la Biblioteca. "Queremos convertir a la Biblioteca -explica González- en un sistema de consulta homogeneizado y con un software único. Hoy una de las principales discusiones se centra en qué tipo de software se utilizará: abierto o cerrado."
El último inventario, de 2006, determinó que hay 800.000 volúmenes, correspondientes a libros y folletos de la Colección General. Quedaron fuera de este catálogo, según el informe de Tarcus, las colecciones especiales de manuscritos, partituras, mapas, fotografías, grabados, dibujos y publicaciones periódicas. Además de las obras antiguas depositadas en el Tesoro, donde se guarda material invaluable, verdaderas perlas bibliográficas. Allí hay, entre los 30.000 volúmenes, 21 incunables -libros impresos entre 1440 y 1500-, una colección de copias de documentos del Archivo General de Indias, impresos de las misiones guaraníticas, las bibliotecas de Manuel Belgrano y José de San Martín. Hay también primeras ediciones de clásicos de la literatura y hasta la imprenta casi completa de los Niños Expósitos (9).
De este impresionante material "se catalogan a razón de mil libros por año", afirma Tarcus, para luego preguntar: "¿Habrá que esperar entonces treinta años para tener un catálogo completo?".
Pero hay que llegar a los subsuelos para conocer el alma de la Biblioteca: los depósitos de diarios y de libros. Hay en esos enormes sitios algo de laberinto. Recorrer el subsuelo, donde se guarda el material de la hemeroteca, es sumergirse en un universo fascinante de diarios de todo el mundo y de distintas épocas. Sin embargo, los lectores sólo pueden consultar una mínima cantidad de esos ejemplares, ya que de los más de 20.000 títulos de la colección sólo están catalogados 6.000. Y otros deben microfilmarse y digitalizarse de urgencia a causa de su deterioro; es el caso de los diarios del interior del país del siglo XIX. Y desde luego, es necesario un sistema de climatización (a una temperatura y humedad constante) de los depósitos de Hemeroteca, Biblioteca y Sala del Tesoro.
Lograr todos estos resultados "no depende -como se afirma en la solicitada mencionada más arriba- de una persona, de éste o aquél nombre propio, sino de los acuerdos, discusiones y el trabajo de una comunidad integrada por lectores, investigadores, bibliotecarios y trabajadores de la Biblioteca". En la "Biblioteca de Babel", un Borges oculto tras la figura del narrador decía: "Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”.
Tiene razón la solicitada firmada por los intelectuales argentinos: la dicotomía entre modernización y tradición "es falsa". Pero parece evidente que existe un problema de prioridades: lo primero que debe hacer una biblioteca, sobre todo si se trata de la Biblioteca Nacional, es saber con precisión qué tesoros guarda, preservarlos y ponerlos a disposición de los lectores.

1 En su reemplazo fue nombrada Elsa Barber, directora del Departamento de Bibliotecología y Ciencia de la Información de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

2 Clarín, La Nación y Página/12, Buenos Aires, 30-12-06.

3 Página/12, Buenos Aires, 7-1-07.

4 Jorge Lafforgue, “¿Tiene remedio la Biblioteca?”, Revista Ñ, Buenos Aires, 13-1-07.

5 UPCN (Unión del Personal Civil de la Nación), ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), SOEME (Sindicato de Obreros y Empleados de la Educación y la Minoridad).

6 Pablo Stancanelli, “Canal 7, una saga interminable”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, abril de 2005.

7 Del balance de gestión (junio de 2004 a diciembre de 2005) presentado por Elvio Vitali a la Secretaría de Cultura de la Nación, en abril de 2005.

8 Horacio Salas, Biblioteca Nacional Argentina, Ediciones Manrique Zago, Buenos Aires, 1997.

9 La de los Niños Expósitos es considerada la primera imprenta oficial de Buenos Aires. Fue comprada por el Virrey Vértiz en 1780 a los franciscanos y ubicada en la Manzana de las Luces. El Telégrafo Mercantil, el primer periódico de Buenos Aires, fue editado por esta imprenta en el año 1801. Se llamaba así porque las ganancias de la imprenta se destinaban a ayudar a la Casa de Niños Expósitos.


Recuadro

¿Hecho el depósito que marca la ley?

La ley 11.723 de propiedad intelectual estipula que al publicar un libro, la editorial debe entregar cuatro ejemplares a la Cámara Argentina del Libro, que debe enviarlos a la Dirección Nacional de Derecho de Autor (dependiente del Ministerio de Justicia). Un ejemplar quedará en esa Dirección, los restantes serán entregados a la Biblioteca Nacional, a la Biblioteca del Congreso y al Archivo General de la Nación. Para que la Biblioteca Nacional sea un verdadero reservorio de la producción editorial –al menos nacional– es necesario, más allá de las compras de libros que suelen hacerse, que esta ley se cumpla. Pero, ¿se cumple? En el 2005 se editaron en el país un total de 17.825 títulos (1) e ingresaron a la Biblioteca sólo 6.000. A la Biblioteca Nacional llegan muy pocos libros y además hay pocos títulos de arte: "Yo he hablado con algunos editores de libros de arte –comenta Horacio Salas– y me dijeron: '¿Para qué mandar los libros? ¿Para que después se los roben?'". Para Tarcus, el principal problema radica en que no hay un seguimiento del circuito del libro desde el primer momento en que el editor lo registra. "No hay fiscalización. Yo no sé si los libros se pierden o se roban", afirma.

Rodolfo Hamawi, vocero de la Cámara Argentina del Libro, sostiene: "No sé cuánto tiempo tarda entre que ingresa un libro, se cataloga, se pone en los estantes y está disponible. Las editoriales cumplen con la ley". A su vez, la editorial de la Biblioteca edita la colección "Los raros", que cuenta con 16 títulos publicados. "La Biblioteca Nacional -explica González- está en posición de complementar ediciones que el editor argentino no puede hacer".

1 Información suministrada por la Cámara Argentina del Libro.


Recuadro

La Biblioteca de la calle Agüero

La Biblioteca Nacional se trasladó en 1992 al edificio que ocupa actualmente, obra de Clorindo Testa, inaugurado con treinta años de demora durante el gobierno de Carlos Menem. Desde la sede de la calle México -donde funcionaba- hasta el flamante edifico de Barrio Norte el traslado se produjo sin planificación, previsiones, ni inventarios. El único objetivo era inaugurarla rápido. Fueron soldados conscriptos quienes llevaron el material bibliográfíco y hemerográfico en camiones del ejército. Apilados en cajas, sin orden, ni criterio de clasificación alguno. Así tiraron -literalmente- los libros y diarios en los depósitos. Un desorden que dejó fuertes secuelas: cuenta Tarcus que rescató diez archivos -entre ellos el de Arturo Frondizi- y colecciones de libros y periódicos arrumbados en los depósitos desde el momento en que se trasladó la Biblioteca, hace más de una década. Además encontró otra herencia: "El sistema administrativo no es transparente, hay muchos funcionarios de la época de Menem. Yo objeté varias contrataciones y modalidades de trabajo. Propuse buscar precios testigos para las compras, pero la dirección no me avaló". (1)

1 Francisco Delich, en su informe de 2000, "El colapso de la Biblioteca Nacional", da cuenta también del grave estado en que encontró a la Biblioteca. El informe hace referencia a "una institución desmantelada física y humanamente". Además, entre muchas otras anomalías, pone en evidencia el manejo irregular de los fondos de la institución, de los mecanismos para otorgar concesiones y de los cánones asignados a los concesionarios.


La nota fue publicada originalmente en Le Monde Diplomatique